jueves, 27 de julio de 2017

Ercole Lissardi - MIZOGUCHI, EL DESEO Y LA MUERTE -

Una seguidilla de equívocos, de encuentros y desencuentros nocturnos de señores y servidores en los pasillos y dormitorios de la magnífica residencia del Gran Impresor Real nos llevan, al comienzo de Chikamatsu monogatari, de Kenji Mizoguchi, 1954 (Un relato de Chikamatsu sería la traducción, refiriéndose a Chikamatsu Monzaemon, figura principal de la dramaturgia japonesa, que vivió a fines
del siglo XVII y comienzos del XVIII; el título para la distribución en Occidente fue Los amantes crucificados) a la conclusión de que estamos ante una comedia de enredos. Conclusión razonable, pero provisoria, y desmentida por la continuación de los acontecimientos. Si se trata de una comedia de enredos lo es en todo caso a la manera que lo es La regla del juego, el clásico de Renoir de 1939, manera mozartiana falsamente frívola y que desemboca, como en una especie de fruto bello y ponzoñoso, en la tragedia.

Kenji Mizoguchi

Con una convicción implacable, que en nada le cede a la del Nagisa Oshima de El imperio de los sentidos, 1976, Chikamatsu monogatari es una reflexión acerca del poder del Deseo y de la perfecta realización del Deseo en la Muerte de los amantes, tópico recurrente hasta la obsesión en la cultura japonesa (remito aquí al capítulo X de La muerte voluntaria en Japón, de Maurice Pinguet, publicado en 2016 por Adriana Hidalgo). De las 24 obras de bunraku (teatro de marionetas) que Chikamatsju produce entre 1700 y 1720, 15 de ellas retoman el tópico. En el rígido confucianismo de la sociedad japonesa (tan rígido y letal como los fundamentalismos de las tres grandes religiones abrahámicas) a menudo los amantes en infracción –adúlteros en primera línea- no tiene más salida que la pena capital o el shinju, el suicidio por amor.

Así pues, consecuencia de la mentada serie de equívocos, la señora de la casa, Osan, y el empleado de confianza del impresor, Mohei, se ven obligados a huir de la casa, convencidos de que todas las evidencias los condenan como amantes adúlteros, cosa que no son. En tanto adúlteros la pena que les espera es la crucifixión pública –crucifixión en sentido literal, tal como se nos informa cuando al principio del film una pareja condenada es llevada en procesión al cadalso.

Asistencia para el suicidio 

Están cruzando un lago en medio de la noche y de la bruma cuando Osan, desesperada, decide suicidarse. A tal fin le pide a Mohei que la ayuda atándole las piernas para mejor irse a pique. Mohei obedece a su señora, a la que seguirá en el suicidio. Pero la inminencia de la muerte lo libera, asume que los dioses le perdonarán en tal circunstancia, que hable. Le confiesa entonces a Osan que siempre la amó. Repentinamente, como si una venda hubiera caído de sus ojos, se ven como por primera vez y, reconociendo de inmediato la pasión que los une, caen en brazos del otro. Es el primer mérito que Mizoguchi le encuentra a la muerte, pone las cosas en su lugar, y en la perspectiva adecuada. El suicidio queda excluido: los ahora sí amantes deciden insistir en existir, cediendo a la fuerza del imán que los lanza en brazos del otro. Entregados a la intensidad de la escena comprendemos que es el deseo todopoderoso que los une el que, para lograr sus objetivos, ha urdido la trama de equívocos que determinó la huída absurda, la inminencia de la muerte, la desesperación y la lucidez. Comprendemos y percibimos casi que físicamente la presencia del deseo como fuerza que todo lo determina.

Continúa la huida. No puedo sino permitirme humildemente recomendar a los cineastas que creen que la elipsis consiste en cortar y pasar a otra cosa, que observen la variedad y la elegancia de las elipsis que Mizoguchi reparte a lo largo de la huida. El Deseo es el destino ineludible para Osan y Mohei: cada vez que las circunstancias de su loca fuga los separan vuelven a encontrarse y a enzarzarse en el abrazo desesperado. En el documental Kenji Mizoguchi. La vida de un director de cine, de Kaneto Shindo, 1975, Yoshikazu Hayashi, en los cincuentas un joven estudioso de las estampas eróticas del Ukiyo-é, el Mundo Flotante –y hoy experto de fama mundial en la materia, y especialmente en la obra de Utamaro-, cuenta que Mizoguchi le pidió, como apoyo para la preparación de las escenas amorosas de Chikamatsu monogatari, documentación visual de la vida erótica de la época. El resultado del asesoramiento se nota en las escenas de abrazos entre los amantes. En 1946, inmediatamente después de la guerra, Mizoguchi había tenido un primer contacto con la erótica del Ukiyo-é, cuando filmó la notable Utamaro y sus cinco mujeres, en las antípodas de lo que hoy llamamos biopic.

La felicidad

Los amantes de Mizoguchi se abrazan como si quisieran desaparecer en el cuerpo del otro. Hasta que son atrapados y ya no hay escape posible. La crucifixión pública los espera. Se repite entonces la escena que vimos al comienzo del film: los amantes adúlteros llevados en procesión a su crucifixión, pero ahora son Osan y Mohei los que son llevados sobre un caballo, atados espalda con espalda. Y lo que vemos en sus rostros no es desesperación, ni resignación, sino éxtasis. Van tomados de la mano, y en sus rostros leemos una felicidad que no es ya de este mundo, la felicidad que sólo puede contagiar la inminencia de la realización perfecta del Deseo en la Muerte compartida por los amantes.

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