viernes, 16 de octubre de 2015

Ana Grynbaum – La escena incestuosa –

Seis personajes en busca de autor, de Luigi Pirandello, se estructura en torno a ciertas escenas difíciles de representar, que constituyen el drama de la familia cuyos miembros son esos personajes abandonados por su autor, que acuden al teatro implorando ser representados (ver mi entrada anterior).

Esta dificultad para la representación recorre toda la obra ya desde el título y el subtítulo: “comedia todavía no escrita”. Por otra parte, en el prefacio del libro, Pirandello reconoció que, cuando esos personajes nacieron en su fantasía le parecieron interesantes, pero no así sus dramas, por lo que descartó escribir una novela que los desarrollara. Sin embargo, no logró olvidar a los personajes, quienes, junto a su pathos, fueron a dar a ese aparato de letras multiforme y peculiarísimo, que es Seis personajes.

Pirandello dirigiendo a Marta Abba y a Lamberto Picasso
en "La nuova colonia", 1928. 

“La escena” 

De las varias escenas que los personajes proponen al director teatral, hay una que se destaca al punto de ser titulada como “LA ESCENA”. Se trata del momento en que la Hijastra está a punto de consumar el acto sexual con el Padre. No hay que ser muy psicoanalista para darse cuenta de que, aunque no sea su padre biológico, lo que está en juego es el tan afamado tabú del incesto, el cual casi se realiza en su transgresión.

A lo largo de la obra, el aplazamiento de “la escena” cumple una trayectoria, va progresando hasta alcanzar su clímax -suspenso característico de la escritura erótica-. Dicho clímax se produce cuando la Hijastra y el Padre finalmente se encuentran, en la trastienda de Mme. Paz, una como prostituta y el otro como cliente. Claro que no se reconocen –así como tampoco se reconocieron Edipo y Yocasta-.

La Hijastra viste de luto; luto por su padre biológico, cosa que el padrastro –en la urgencia de su deseo sexual- va a ignorar-. Ella expresa su necesidad de olvidar que está de luto. Él no duda en aconsejarla: “El mejor remedio es quitarse el vestido ahora mismo.” Y ella se desviste. Ya desnuda, con la cabeza hundida en el pecho de su padrastro, los descubre la Madre.

Es el grito que pega la Madre, al descubrirlos, lo que oficia como límite que impide la consumación material del incesto. La Madre revela la verdadera identidad de padrastro e hijastra, truncando así “la escena”. Para medir la intensidad de su grito hay que tomar en cuenta que éste sale de un personaje casi mudo.

Además de poner al descubierto las identidades, la Madre insultará al Padre llamándolo: “¡Bestia!”.

La escena y su marco 

No importa por qué medios se vehiculice una escena, si es representada con actores, si se forma con pintura o aparece cincelando la materia, si nace descripta con palabras. Lo que define a la escena es la condensación de cierto relato en una imagen.

El presente de la escena contiene su pasado, así como el futuro a que dará lugar. En Seis personajes, el Padre la denomina “El momento eterno”. La Madre no puede olvidar el horror -de esa escena- porque ésta “ocurre siempre”.

Para montar una escena hay que seleccionar sus elementos constitutivos. La escena, como tal, no puede sino mostrar cierta faceta y, por tanto, dejar de mostrar otras. Incluir determinados aspectos implica, de hecho, la exclusión de todos los otros aspectos posibles. Como un cuadro, la escena requiere de un marco, más allá del cual cae todo lo que ella no contiene.

La escena incestuosa, en la pieza de Pirandello, es irrepresentable en forma directa. En tanto prohibición, es como funciona.

En Seis personajes, “la escena”, alcanza su momento culminante en el grito de la Madre, que sorprende a su hija, a punto de pasar al acto, exactamente en el instante previo, y opera como borde que limita el goce incestuoso. El Padre expresa, comentando la escena: “ésa es mi condenación: toda nuestra pasión, que debe culminar en el grito final de la madre.”

En ese acto sexual semi-realizado, desplazado, el grito de horror de la Madre viene a ocupar el lugar del grito de placer del orgasmo, cuya interdicción establece. Ese grito, en tanto freno, es reclamado por la Hijastra, posteriormente, a la hora de la representación. El grito es el límite que marca el borde de la escena. Después, cae el telón.

Es en la novela rechazada, en la comedia aún no escrita, con los personajes movidos por la desesperación del abandono, que ese punto imposible puede ser alcanzado, que lo directamente irrepresentable logra ocupar un lugar. Entre la superación de una censura inicial (la del autor abandónico) y un límite que no se puede franquear aunque se lo empuje (el del incesto), es donde tiene lugar la escena.

Por su contenido incestuoso, la escena sexual entre padrastro e hijastra resulta irrepresentable a través de un abordaje frontal, pero se puede llegar a ella mediante un rodeo. “La escena” logra tener lugar a condición de ser interrumpida, cuestionada, diluida, una y otra vez. Ella avanza a los tropezones, camina con muletas. No puede decir su contenido de una vez, no lo puede enunciar desde el principio y de corrido, pero lo va semi-diciendo, hasta que llega ese grito destinado a reinstaurar el silencio. Pero, pese a todos los obstáculos, la escena se desarrolla. Su paso tambaleante constituye también su condición de posibilidad.

El marco recorta la escena hasta darle su forma definitiva. Lo que cae más allá del marco, puede ser restituido por un trabajo de lectura.

La bestia humana 

En el momento culminante de la escena crucial de Seis personajes, la Madre acusa al Padre de “bestia”. Nada peor podría decir.

La figura de la bestia campea en nuestra cultura hasta el punto de haberse constituido en un lugar común, una palabra en el léxico vulgar. Pero su sentido no es tan simple.

En el llamado manifiesto del hombre moderno, de Pico della Mirandola, la bestia y el ángel son las dos figuras que se oponen a la idea de hombre (ver mi entrada “El acto masoquista”, 5/12/14). “El hombre” se define por no ser un ángel ni una bestia, aunque puede degenerar hacia alguna de esas figuras.

El sujeto moderno constituye un ser vulnerable que, cada vez más lejos de Dios y sus instituciones, debe aprender a cuidarse solo. Y particularmente debe aprender a cuidarse de sí mismo, del peligro de entregarse a sus pasiones y de los errores en que puede caer si se aferra a una imagen demasiado idealizada de su persona. Él, y sólo él, es el responsable de tomar distancia respecto de la bestia y del ángel que, como espíritus, o tendencias, lo habitan.

De hecho, esa definición negativa respecto del ángel y de la bestia, implica que el espectro de las conductas humanas se extiende de uno a otro de estos polos: entre lo angélico y lo bestial. Cada cual habrá de situarse más cerca de lo uno o de lo otro, en proporciones diversas. Aunque, como polo magnético, el de la bestia resulta mucho más atractivo que el del ángel, para nuestra híper-erotizada y descreída época –que de los ángeles ni siquiera se llegó a establecer si tienen o no tienen sexo…-.

El epíteto de “bestia” aplicado a la conducta humana implica la idea de animalidad, pero una animalidad muy particular: la animalidad humana, lo que se supone animal en el hombre. Lo que en el hombre se considera heredero de su origen animal, lo que se les atribuye a los animales en tanto seres exentos de moral. La idea de bestia humana supone un substrato animal, amoral, bruto, que la educación modelaría para imponerle sus buenas costumbres.

En resumidas cuentas, por más que se lo llame “animal”, se trata de un comportamiento esencialmente humano. Un comportamiento que cierto orden moral tacha como “malo” –dicho orden, por otra parte, también desprecia a los animales-.

Si se coloca del lado de la “animalidad” –por oposición a “humanidad”- ciertas conductas, es con la intención de purificar la idea de lo humano. Se le atribuyen al animal aspectos propios de la subjetividad –humana, valga la redundancia-, como por ejemplo el deseo sexual. La bestia encarna la sexualidad que no conoce frenos y no acata normas.

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La bestia es inmortal, por más que se la rechace es imposible aniquilarla o desterrarla en forma definitiva. Ella permanece viva, como una amenaza. El deseo voraz –como el lobo feroz- acecha en el fondo de cada uno y en los márgenes de cada grupo social. Y más poder habrá de cobrar cuanto más negada resulte esa dimensión de la existencia que la bestia representa, cuanto menos se la asuma, y, por tanto, menos se la vigile. Pero también, paradójicamente, más se exacerbará la bestia cuanto más duro se le pegue y más atención se le preste…

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Recientes noticias de la bestia: después de la polémica que se desató en torno a la exposición “La bestia y el soberano” en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona unos meses atrás (ver mi entrada “Sodomizar al Rey”, 17/9/15), la misma exposición, programada para exhibirse en Stuttgart, cambió de nombre. Ahora se denomina: “La bestia es el soberano”. En el anuncio de la muestra se puede apreciar la conjunción “und” (“y”) tachada. La conclusión se extrajo a partir de la censura que tuvo que afrontar en España.


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En fin, “la bestia” sigue palpitando en lo más oscuro de su caverna… ¡Habrá que acercarse para interrogarla!


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- Luigi Pirandello, Seis personajes en busca de autor, “Obras escogidas”, Aguilar, Madrid, 1958, pp. 90-100.

- Sobre las relaciones entre la escena y su marco, cf. mi libro “La cultura masoquista”, 2011.


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