jueves, 26 de junio de 2014

Ercole Lissardi - EROTICA III, LAS PALABRAS

En Erótica la opción entre utilizar las palabras del habla cotidiana o utilizar las menos contaminadas, “las del diccionario”, “las correctas”, no es nunca una opción en el terreno de una presunta ética del lenguaje. Es una decisión estética. Se utiliza las propias del narrador deseante. Son las
características de ese personaje que narra su deseo las que dicen si se utiliza el lenguaje cotidiano, o el lenguaje obsceno, si se utiliza el lenguaje técnico o si, directamente, nada que tenga que ver con la sexualidad debe ser nombrado en forma alguna.

No existe un set de palabras, un vocabulario, digamos, que sería característico de la Erótica, de la misma manera que ni la representación de la desnudez o de la cópula le son imprescindibles para definirse. La cuestión del Deseo es lo único imprescindible en una obra de Erótica.

Las palabras obscenas están ahí para indicar, a manera de marcas o mojones, que estamos cruzando un límite a partir del cual toda obscenidad, de palabra o de hecho, está permitida, que se acabaron los pudores y los tabúes, que las pasiones más oscuras y secretas tienen la palabra.

Las palabras obscenas abren el juego, remueven los límites, liberan. Si nos abrimos a ellas, si nos dejamos permear por ellas, la resistencia al juego de las devoraciones palidece hasta desaparecer.

Palabras obscenas son aquellas que, desde la represión de lo sexual, han resultado cargadas con todo tipo de asociaciones negativas. Son las palabras que designarían lo bajo, lo pecaminoso y lo repugnante en lo concerniente al cuerpo humano y sus funciones. A menudo, consideradas en tanto expresiones lingüísticas, mayormente metáforas, las palabras obscenas son cualquier cosa menos desagradables.

La utilización o no de palabras obscenas es un asunto que sólo interesa a la Erótica en la medida en que la peripecia ha alcanzado el nivel de la posesión física. De más está decir que en una obra de Erótica puede no llegarse a la posesión física, puede no haber fisicidad alguna. Lo que no puede no haber es Deseo, exclusivamente, y Deseo en tanto tal, sin el concurso de atenuantes, ni desde los sentimientos ni desde la fisicidad.

El tratamiento de la posesión física en Erótica puede ser explícito o elíptico: es el tema, o sea, las vicisitudes del Deseo que se narra, las que deciden por uno u otro de los modos. También se puede optar por ser a la vez explícito y elíptico, por ejemplo recurriendo a vocabularios folklóricos, fantasiosos, marginales o culteranos.

Ser explícito significa decir las cosas tal y cual son. Los límites de esta opción son los límites del lenguaje. Es decir: al abismarnos en la contemplación de la fisicidad implícita en la posesión sexual  llegamos a un punto en el que la convención se dispara y se suspende la aventura verbal, porque ir más lejos implicaría sumirse en el lenguaje técnico de la anatomía, la biología, la neurología y ciencias auxiliares, lo cual a su vez, más pronto que tarde, significaría –cosa peor aún- tener que encarar que hay un punto a partir del cual, en el estado actual de los conocimientos, ya no es posible describir o explicar algo que nos permita avanzar ni una micra más hacia el objetivo de mostrar exactamente el punto de ignición a partir del cual es posible el éxtasis.

En otras palabras: la opción por ser explícito en Erótica no es tan radical ni libérrima como puede parecer a primera vista. Pronto o tarde es cuestión de convenciones que no son en el fondo, sino resignaciones. El escritor de Erótica que se ve forzado a la opción por lo explícito sabe que en realidad no hace sino aplazar la irrupción de la elipsis.

Se afirma que una imagen dice más que mil palabras. Es cierto, pero es una verdad que sólo vale para el terreno del intercambio de información. En arte es al revés: en arte lo que importa es la intensidad de la vivencia. Y la vivencia en arte es tanto más intensa cuanto más participa en su elaboración el que recibe la obra. Si lo dicho es cierto entonces la opción por ser explícito sería la menos conveniente en Erótica porque es la que deja menos margen a la elaboración imaginativa del lector. Por la razón opuesta la opción por la elipsis sería la más conveniente. Y así se creyó durante mucho tiempo, en realidad como forma de resignarse ante los rigores de la censura. Pero, como quedó expresado en el inciso anterior, ser explícito no es sino correr el límite en el que irrumpe la elipsis. Esta dilatoria no hace sino refinar la intervención imaginativa del lector.

Si en el corazón de la Erótica lo que hay es la pasión por un secreto inaccesible, si no inexistente, se comprende que el sentido de sus vicisitudes sea difícil de cernir con palabras. En Erótica se gira en torno a un centro vacío, eligiendo cuidadosamente las palabras, tratando de no perder pie.

La expresión de la experiencia erótica mediante palabras nunca es plena. El logro en materia de escritura erótica es inversamente proporcional a la plenitud de la expresión. En la escritura erótica siempre hay un poso de insatisfacción, porque es imposible cernir con palabras algo que no se sabe qué es, en el caso de que efectivamente sea.

El límite en escritura erótica, y su desafío, es conducir al lector más allá de lo que puede decirse. Una vez más: todo está en situar la elipsis lo más lejos posible. En la experiencia erótica las cosas son, a la vez, de éste y de otro mundo, el problema es escoger las palabras que puedan expresar esa ambigüedad.
En el corazón de la Erótica está el Deseo que inspira el otro. La narración deseante encuentra su primer obstáculo en la dificultad, en la imposibilidad de cartografiar hasta el último confín la subjetividad del otro. Si esta cartografía absoluta fuera posible se sabría desde el comienzo que no hay secreto al que aspirar. En el corazón de la Erótica está, pues, la opacidad del otro. No importa qué intentemos cernir en los confines de su personalidad, no hay más remedio que avanzar por un sendero siempre precario y resbaloso. La ambigüedad y la opacidad mandan en la elección de las palabras.

Desechar la narración deseante, intentar una mirada exterior, intentar la objetividad, no hace sino empeorar las cosas. Porque al asumir la narración deseante implicamos –aunque nunca es cierto- que por lo menos ese yo deseante, tan íntimo, tan cercano al lector, se sabe, conoce sus confines. Pero al desecharla tenemos que asumir que tanto el uno como el otro nos son opacos.

Aun si se es una bestia deseante, no se es nunca solamente una bestia deseante. La perfecta bestia deseante es sólo una fantasía. Bella fantasía que sólo puede demostrar que ni siquiera una bestia deseante es solamente una bestia deseante.  Aun en lo más desquiciado y desquiciante de la posesión, en la devoración misma, el otro no es solamente objeto de deseo, portador de misterio, de secreto. Aun en el instante mitopoético de la devoración no somos sino seres humanos. La brecha entre Deseo y solidaridad está ahí. Y si no lo está es porque pisamos los dominios de la patología, que no nos interesan. No queda sino encontrar palabras tan ambiguas como para poder pisar a la vez de un lado y del otro de la brecha.

Antes que el propio cuerpo, antes que la piel, las palabras, el habla, son el instrumento de que disponemos para tantear al otro, para saber en qué, por dónde y de qué manera se abre a la posibilidad de nuestro Deseo. En Erótica, tan importantes como las narraciones y las descripciones son los diálogos. Las sutileza del lenguaje es la llave que abre intimidades y vence resistencias.

En Erótica, el más violento Deseo puede no estar expresado mediante esas palabras shock que abisman en la obscenidad invitando a todas las transgresiones, sino con las palabras más remilgadas, más cautelosas, con las palabras con las que se abre, como una caja encantada, el corazón de un niño.

A menudo la estrategia del Deseo pasa por la representación, por la puesta en escena que distraiga del verdadero objetivo. Sin engaño la sumisión es a menudo imposible. En Erótica la palabra debe a la vez decir y ocultar.

Como toda literatura de género, la Erótica pasa, en buena medida, por descripciones y narraciones que son las propias de su campo. No se debe escribir de lo que no se sabe. En el policial hay que saber cómo se mata, y cómo se investiga, y cómo es estar en medio de la violencia desatada. En las aventuras marinas hay que saber cómo es una tormenta en altamar, y cómo se la navega, y cuántos tipo de velas o de motores marinos hay. En la ciencia ficción hay que conocer la actualidad de la ciencia y la tecnología, y ser capaz de imaginar su evolución futura, y la manera en que esa evolución cambia la mente y la convivencia humana. De la misma manera, en Erótica hay que conocer los misterios del cuerpo y los del alma, y hay que saber cómo uno y otra reaccionan en cualquier circunstancia, pero en particular, cuando el que manda es el Deseo. Estos saberes técnicos emergen en la escritura erótica por medio de un lenguaje que no sólo debe ser preciso y adecuado, sino que también debe responder a las características específicas de los personajes involucrados.

Aun para el literato más concentrado en su tarea, aun para el que vive la peripecia de sus personajes como en cuerpo y alma propios, el desliz en el cliché es una amenaza constante. Las frases hechas, las adjetivaciones estereotipadas están siempre esperando el momento de colarse aun en la escritura más cuidadosa. En Erótica, para que encuentren la fisura por la que deslizarse basta con que, por un solo instante, no tengamos presente la especificidad absoluta de nuestros personajes y de sus peripecias.

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